Más de un año después las ruedas de mi maleta vuelven a resonar por un aeropuerto, un aeropuerto mucho más vacío, menos gente, menos ruido, misma ilusión.

En uno de estos paréntesis que nos ha dejado este año pudimos aprovechar y escaparnos a Lanzarote, nunca hubiésemos pensado que un «pequeño» viaje nos fuese a hacer tanta ilusión como uno «largo» hace un año.

Nos montamos en el avión, la mascarilla se hace rara, el espacio pequeño, la azafata no te sonríe, pero todo sigue igual. Despegamos, llegamos. Estamos en Lanzarote contra todo pronóstico y toca disfrutar de este paraíso unos días.

Día 1

Nos despertamos con ganas de ponernos en marcha, el vuelo de Santiago llega tarde (más en octubre, que ya anochece pronto) y el día anterior solo nos llegó para coger el coche de alquiler ,cenar e irnos al hotel.

Nosotros alquilamos el coche con la empresa local Plus Car, no tienen oficina como tal en el aeropuerto sino que tendrás que acercarte hasta el parking para recoger el coche y hacer el papeleo.

Nuestra primera parada es el Parque nacional de Timanfaya. La carretera para acceder a la entrada ya te transporta totalmente a otro planeta, sensación que no nos quitaremos de encima hasta que volvamos a montarnos al avión para volver.

El precio de la entrada a las «Montañas de fuego» es de 12€, sin embargo existe la opción de escoger un bono de 3 o 4 centros y ahorrar si tienes pensado visitar varios de los lugares más importantes de la isla.

Aquí podéis encontrar la información, nosotros compramos el de 4 centros eligiendo Montañas de Fuego, Cueva de los Verdes, Jameos del agua y Jardín de Cactus y nos salió a cuenta.

La visita en sí vale la pena, aunque es todo el rato en autobús y puedes sentirte bastante «guiri». Aún así el paisaje es espectacular y si tienes tiempo , me parece recomendable (para ir una vez y ya, claro).

Timanfaya

Tras esta visita nos dirigimos hacia El Golfo , un pueblo pesquero con mucho encanto y pequeño lago verde en su bahía, al suroeste del Parque Nacional.

¿Lago verde? Sí lago verde, conocido también como «Charco de los clicos» el cual debe su color a una alta concentración de azufre y un tipo de alga que produce esta coloración.

Se puede visitar gratuitamente desde un mirador al que se llega caminando desde el primer aparcamiento ,a mano izquierda de la carretera que os encontrareis.

La imagen del color verde al pie de las montañas volcánicas, una playa de arena negra y el mar rompiendo en ella es realmente espectacular, ¿te lo vas a perder?

Además de visitar el charco verde, os recomendamos dar un paseo por el pueblo de El Golfo, tomar una caña en una de sus terrazas al borde del mar, escuchar la olas romper en la playa de rocas, valorar de la tranquilidad en este lugar con tanto encanto, un pequeño paraíso.

Desde aquí nos dirigimos a la Playa de Papagayo, una de las más conocidas de la isla sin dejar de parar de camino en Los Hervideros.

Los Hervideros están conformados por una zona de acantilados donde la fuerza del mar ha ido formando cuevas, creando lo conocido como «bufaderos». La visita es gratuita así que puedes parar un momento y disfrutar de este espectáculo de la naturaleza a cualquier hora.

Playa del Papagayo, por fin llegamos al mediodía con calor y ganas de un chapuzón sí o sí.

Mejor llevar comida ya que solamente hay un chiringuito y la cola era larga, a pesar de no haber mucha gente en la playa.

¿Nos gustó papagayo? Nos pareció una cala bonita, disfrutamos de un necesario baño para refrescarnos, pero no nos quedamos con ella como favorita. Supongo que la «espectacularidad» o lo que te guste también puede depender de donde vengas. Aún así, si tienes tiempo es una playa chula para parar a darte un baño.
El pase a la zona cuesta 3€ y unos 15 minutos en coche hasta llegar al aparcamiento desde la entrada.

¿Qué nos gustó más? Echar a andar desde otra playa cercana, Caleta del Congrio, y recorrer la llanura casi desértica con grandes formaciones rocosas, caminos a ninguna parte y pequeñas calitas (solo aptas para los más aventureros) en las que rompe con fuerza el mar. Y todo, totalmente solos.
La sensación de no encontrarnos a nadie durante taaaanto tiempo se hizo rara y es algo que en Lanzarote nos pareció relativamente fácil conseguir. El caminar tranquilo «perdidos» en medio de la nada.

Desde luego en tiempos de Covid, no podía haber más distancia de seguridad.

Anochece pronto así que nos ponemos de nuevo en marcha, en vez de volver por la costa decidimos atravesar por la montaña y subir hacia Femés donde nos sorprende el atardecer. Paramos para ver cómo se mete el sol desde el alto de este pueblito, anochece en la luna, anoche en el desierto, anochece en Marte, anochece en un paraje impresionante.

Acabamos el día en Arrecife, la capital. Nos sentamos en la terraza del restaurante Cala by Luis León (recomendación de un conocido de la isla 🙂 y disfrutamos de una cena de 10 con vistas a «el charco».

El Charco

Día 2

Comenzamos el día visitando el interior de la isla. Nos vamos a Teguise ¿vienes?

Uno de los pueblos que visitamos que más nos gustó, en su plaza central puedes dejar volar la imaginación y por su arquitectura pensar que estás en alguna villa al otro lado del océano Atlántico.

No pudimos visitar su mercadillo, el cual tiene lugar los domingos, sin embargo un recorrido por sus calles conociendo un poco más la historia (hay pequeños carteles explicativos repartidos por toda la villa) y tomar un café con calma en la plaza de la iglesia , hizo que nos lleváramos muy buen sabor de boca.

¿Sabías qué…? Teguise fue capital de la isla hasta que esta se trasladó en 1847 a Arrecife. Una bonita parada antes de llegar a el Jardín de los Cactus en Guatiza, obra de César Manrique.

El jardín de Cactus alberga alrededor de 4.500 ejemplares de 450 especies diferentes agrupados de 13 familias de cactus llegados desde los cinco continentes.

A pesar del calor a pleno sol, nos encantó este sitio tan diferente y curioso ¿estamos en el desierto de Arizona?.

Cueva de los Verdes y Jameos del agua.

Tras visitar una de las últimas creaciones de César Manrique , nos dirigimos más al norte para visitar los Jameos del Agua, donde el artista aprovechó el desplome de un tubo volcánico para crear este lugar único.

En su cueva llena de agua se pueden ver los cangrejos ciegos (Munidopsis Polimorpha), una especie endémica de la isla, de color blanco y que se mecen en este entorno mágico con la subida y bajada de la marea.

Existe la opción de cenar en la cueva disfrutando en este auditorio inigualable de un concierto de Timple,instrumento típico de las Islas Canarias.

A poca distancia se encuentra la Cueva de los Verdes, una gruta situada en el tubo volcánico del Volcán de La Corona. Un espacio especial y mágico que recorrer, disfrutar y conocer sus secretos. Si tuviese que elegir entre uno de los dos, me quedaría con la Cueva de los Verdes.

Finalmente nos vamos hasta Famara, comemos en este pueblo en la coste Norte y paseamos (a pesar de la calima) por una de las playas más espectaculares que hemos visto.

El simple hecho del tamaño de la misma (6 kilómetros) bordeada por los enormes acantilados y tener al otro lado la Isla de la Graciosa… es algo digno de ver.¡Impresionante!

Día 3 – La Graciosa

El tercer día lo dedicamos a visitar la «nueva» isla del archipiélago canario, La Graciosa.

Del puerto de Órzola , al norte de la isla, parten los barcos. El trayecto es de unos 45 minutos en coche desde Puerto del Carmen. Durante los meses de verano existe bastante amplitud de horarios de los ferries que van y vuelven hasta La Graciosa, sin embargo en octubre son algo más escasos. Este pequeño inconveniente hizo que solamente tuviésemos un primer contacto con la isla y nos quedásemos con ganas de más.
Sin duda vale la pena quedarse a pasar una noche al menos para poder explorarla bien.

El trayecto en barco nos permite ver los acantilados y el estrecho Del Río desde una perspectiva espectacular.

En el puerto alquilamos unas bicis (10€) para ir hasta la Playa de las Conchas, no sin esfuerzo llegamos hasta allí y disfrutamos del regalo que es estar en un lugar así totalmente solos.

El trayecto es algo duro, varias subidas y bajadas a pleno sol, con unas bicis que no están en sus mejores momentos. Así que si no os sentís deportistas, siempre está la opción de pagar a uno de los taxis 4×4 de la isla.

Cansados del recorrido, y con hambre nos paramos a comer en Caleta de Sebo para luego pasear hasta la playa Francesa, ya que las dunas hacen inviable recorrer el trayecto en bici. En la Francesa nos damos un baño y descansamos en este paraíso terrenal pero sin tiempo para más, nos volvemos a Lanzarote.

Nos quedó muuuucho por ver, entre otras cosas la playa La Cocina con su montaña amarilla, pero así tenemos excusa para volver ¿no?

Día 4

Nuestro último día en la isla decidimos invertirlo en visitar de nuevo la zona norte.

Cogemos la carretera de montaña hacia el Mirador Del Río (obra de César Manrique también), cruzando por Haría. Contraste total de las montañas llenas de cactus y tonos verdes, con todo el desierto rojizo que habíamos visto anteriormente. Disfrutamos muchísimo esa carretera y el simple recorrido de la misma, con calma, es algo que recomendamos sin duda.

Poco antes de llegar al Mirador Del Río , se encuentra una zona donde dejamos el coche y admiramos las vistas de la La Graciosa y el estrecho. Un punto de vista totalmente opuesto al del día anterior ¡ y gratis!

La entrada al propio mirador/cafetería cuesta de 5€ y no es algo imprescindible si lo que quieres es disfrutar de las vistas hacia la Graciosa. Es interesante entrar y ver el edificio tan particular que creó Manrique y mimetizó con el paisaje para crear este mirador, pero poco más.

Nos quedan pocas horas y nos vamos a por una riquísima comida en el pueblo de Arrieta. Otra parada para tener en cuenta.

En el restaurante La Nasa, justo encima del mar , escogemos una «tortilla canaria», pescado del día realmente sabroso y rematamos con helado y gofio ¿mejor manera para acabar?

Todavía nos quedaba un último lugar del que enamorarnos y ese era el Caletón Blanco.
El remate final ,el último contraste imposible que ver en esta isla. Después del desierto, la luna o como queramos calificar todo los paisajes que vimos, tras los cactus y el verde de las montañas, llegamos a esta playa de arena blanca y aguas cristalinas.

Nos tumbamos en uno de los zocos de las playa , disfrutamos de las últimas horas en la isla y finalmente volvemos a subirnos al avión con la sensación de haber conocido una esquinita del mundo realmente espectacular.

Si todavía no tienes ganas de ir a Lanzarote, no sé qué más contarte. Pero por favor, no te la pierdas.